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Historia de un libro de álgebra

Había una vez un libro de álgebra, Álgebra II de Rojo, para ser exactos. Muy coleccionable. Este libro -junto con el Tomo I- era de un flaco que estudiaba ingeniería y que eventualmente trabajó conmigo hace unos seis o siete años atrás. Yo trabajaba en un área más técnica en aquellos tiempos, un área que ya no es parte del enfoque de mi profesión.

La cuestión es que me prestó el libro para que yo estudiara y rindiera álgebra en la facultad; la universidad en ese momento, porque estaba en el Ciclo Básico Común de la Universidad de Buenos Aires. Al principio no lo quise aceptar porque sabía de mi incertidumbre para estas cosas, pero el típico 'madurá' me pasó por la cabeza y acepté el libro, o así creo que fué. Cuando acepté el libro era la época dorada de ese trabajo, todos estabamos bien, la pasabamos bien, laburabamos bien, pero la tormenta se avecinaba.

Como supondrá el lector, no recordar usar mucho ese libro ni tampoco recordar devolverlo hubiese sido el resto de la historia. No fué así, intenté usarlo y creo que lo leí varias veces, me resultó interesante y lo usé -aunque sí, muy poco- aquella vez.

La tormenta. Cuando dejé el trabajo por esa 'tormenta' que fueron cambios en como trabajabamos -hacíamos otras cosas-, con quien -nos separaron- y donde -nos mandaron a cualquier lado- fué muy repentino. Pensé en irme como protesta y de hecho lo hice, fué mi mejor renuncia. No pensé en el libro, luego me acordé y no me hice problema. Inclusive, todavía sabía donde vivía mi compañero.

La cuestión es que álgebra ya estaba aprobada pero faltaba álgebra de la facultad. Él ya no lo necesitaba para esa materia, así que lo mantuve esperando volver a usarlo. Quería tenerlo hasta dar álgebra, todas las álgebras del mundo.

Pero pasé años tratando de dar la materia anterior a álgebra y nunca lo logré, el libro siguió ligado como por una maldición (que sólo podía ser rota con la aprobación de esa materia). Luego de años decidí cambiarme de universidad, aceptar que me había convertido en un fracaso fué lo más difícil y es el día de hoy que pienso en volver ahí por la revancha.

En la nueva universidad me permitieron aprobar esa materia por equivalencia con la primera que había cursado y aprobado hace muchísimo tiempo, pero no fué tan simple, agregaron una condición: un coloquio por una unidad que parece que necesitaría a lo largo de mi carrera. Hace años que tengo pendiente dar ese coloquio y no lo doy, porque me olvido, porque se me pasa la fecha, porque no encuentro a la persona para coordinar y porque se me vencen los trámites de equivalencia por estar incompletos.

Nunca pude cumplir con la condición que me liberaba eternamente de ese libro. Y el libro permació atado a mí y cerrado por cinco años al menos. Hasta que por cuestión de mudanza lo encontré de nuevo y me vino todo esto a la mente.

Ahora que recordé decidí que la maldición estaba vencida, como un producto de supermercado, había vencido y yacía olvidado en la heladera. Para devolverlo necesitaría ir a la antigua casa de aquel dueño. Hasta hace algunos años la recordaba por la fachada, pero mi memoria falló y la casa estaba perdida en una manzana.

Necesité haberme encontrado casualmente -o por el destino- con uno de los que trabajabamos ahí para continuar con el destino del libro. Nos encontramos y me pasó su dirección de correo al vuelo. Yo no la olvidé y ya tenía una línea de contacto.

Le mandé un mensaje contándole la situación, el acudió inmediatamente con las últimas direcciones conocidas. Ete aquí la importancia de mantener la dirección de correo electrónico. Recibí la respuesta y ya estoy en vías de la devolución. Sólo falta el día y el horario. Una ida y vuelta, atrás a siete años y luego adelante en un encuentro de hoy gente desconocida.

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