Siguiendo con la costumbre, vamos a hablar de mi mísmo. Hoy me levanté dormido y torpe, no es novedad, no es necesario levantarme recién para ser torpe tampoco, sin embargo mi torpeza fué parte del suceso sangriento del día.
Presioné el botón como generalemtente lo hago, en el lugar donde está gastado, el mismo botón que muchos presionan para que venga el ascensor, otros lo presionan porque el ascensor no vino, otros para satisfacer la curiosidad.
Lamentablemente el ascensor apareció dispuesto a llevarme vacío y listo; de otra manera hubiese usado las escaleras, ya que pocos son los pisos y mucha es la ventaja de no tener que abrir y cerrar las puertas.
El viaje fué normal, sentir el perfume ajeno, la muestra de escencia humana, que como el bien y el mal varía día a día, esa muestra que toma prestada el ascensor a cambio del simple viaje. A veces el perfume es conocido, es familar, es agradable, es tolerable, es molesto, es punzante, es repugnante; hoy fue agradable.
Mientras nuestra historia se acerca a su fin, yo bajaba del ascensor: abrir esas puertas incómodas y viles, expuso la navaja que esconden, oculta para muchos, pero que yo veo y tengo que esquivar siempre. Hoy mi torpeza me hizo errar, desangrar por la punzada certera asestada en las puertas, muy lejos de ser mortal, deja una cicatriz nueva en mi piel.
En animal herido escapaba de las fauces del enemigo...
Las cicatrices conectan historias entre sí de una manera particular, escriben -sin dar a elegir- hechos desagradables, rinden homenaje al dolor.
Presioné el botón como generalemtente lo hago, en el lugar donde está gastado, el mismo botón que muchos presionan para que venga el ascensor, otros lo presionan porque el ascensor no vino, otros para satisfacer la curiosidad.
Lamentablemente el ascensor apareció dispuesto a llevarme vacío y listo; de otra manera hubiese usado las escaleras, ya que pocos son los pisos y mucha es la ventaja de no tener que abrir y cerrar las puertas.
El viaje fué normal, sentir el perfume ajeno, la muestra de escencia humana, que como el bien y el mal varía día a día, esa muestra que toma prestada el ascensor a cambio del simple viaje. A veces el perfume es conocido, es familar, es agradable, es tolerable, es molesto, es punzante, es repugnante; hoy fue agradable.
Mientras nuestra historia se acerca a su fin, yo bajaba del ascensor: abrir esas puertas incómodas y viles, expuso la navaja que esconden, oculta para muchos, pero que yo veo y tengo que esquivar siempre. Hoy mi torpeza me hizo errar, desangrar por la punzada certera asestada en las puertas, muy lejos de ser mortal, deja una cicatriz nueva en mi piel.
En animal herido escapaba de las fauces del enemigo...
Las cicatrices conectan historias entre sí de una manera particular, escriben -sin dar a elegir- hechos desagradables, rinden homenaje al dolor.
Me da tanto placer leerte cuando escribis asi.
ResponderBorrarYo.
Es bueno saber que, despues de todo, eres mortal. Ayuda a cuidar nuestros pasos y no volar tan alto en medio de nuestra nube de ego.
ResponderBorrarRecomence mi blog.
ResponderBorrarA ver...
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